Reto Marianela: Conociendo el cielo con Galdós (II) (I)
«No conozco más el mundo que por el pensamiento, el tacto y el oído. He podido comprender que la parte más maravillosa del Universo es esa que me está vedada …» (p.14).
Con estas palabras de Pablo proseguimos nuestro viaje a través del universo galdosiano en este segundo capítulo en que don Benito y Henrietta continúan conversando… Nela se nos acerca cada vez más e irá dejando su huella en cada pedacito de cielo, en cada ilusión, en cada estrella… Su voz y sus ojos cubren la oscuridad de Pablo y de un Galdós que pedirá prestada a su protagonista la mirada y el canto melancólico… sus ilusiones pero también su desengaño.
Abre el presente pasaje un interrogante: “¿Ciego de nacimiento?”(p.14)… y será precisamente la respuesta de un ciego a un doctor quien nos acerque al firmamento. Percibimos referencias astronómicas desde el segundo parágrafo con la mirada directa de Pablo intentando desvelar los misterios del cosmos.
Es una estancia impregnada de reflexiones en las que que anidan contradicciones. Su título, Guiado, desprende ese sentido existencial y paradójico que atisbamos en el capítulo anterior y que nos adentrará en un diálogo introspectivo donde el Universo encuentra cabida más allá de la visión cotidiana y superflua del individuo … donde Nela sí puede llegar.
La trama nos sigue sorprendiendo con ese viajero, el doctor Teodoro Golfín, que, tras haber llegado a la estación de Villamojada, se dirige a las minas de Socartes donde le espera su hermano, el ingeniero don Carlos. No resultará una búsqueda cualquiera. Será ‘guiado’ por Pablo, un joven ciego capaz de percibir el universo con una profundidad infranqueable por el ojo humano.
Henrietta: Qué ironía, Benito… Lo cierto es que con nuestros ojos solo vemos un puñado muy reducido de entre todos los posibles colores en los que se descompone la luz – espectro electromagnético lo llamamos en Ciencia -; y no es otra cosa que una ilusión, quizás fruto de nuestra soberbia, pensar que el universo es lo que vemos, pues hay mucho más allá; y que lo que vemos, es el universo, pues nuestra interpretación sesgada distorsiona los hechos. Dentro de unos años, la Humanidad descubrirá nuevos rangos de colores: radio, infrarrojo, ultravioleta, rayos X y rayos gamma… Y es que, en realidad, no es ciego quien no puede ver, sino quien no quiere ver. El universo, créeme Benito y, por favor, díselo a Pablo, se muestra a los que abren su mente a la luz, pero a la luz del conocimiento, aquel que llega con el estudio y el análisis objetivo de los datos, …
Benito: ¡Ay Henrietta!… Hoy estoy apagado. ¡Necesito de tu sabiduría! Ha de ser así… En la Ciencia está el progreso y la salida a todos estos males que condicionan nuestra existencia. Hoy me asedian los fantasmas de la mente. Se han posado en mi cerebro -ese gran desconocido- y me están robando mucha luz. No hay mayor embrujo que la ignorancia Henrietta pero hoy estoy triste… Siento que en mi vida no entra esa luz de la que hablas… Se me escapa, no me llega la esperanza. Necesito el resplandor de los canes sobre la bahía… el brillo ensalitrado de Sirio paseando su relumbre por San Telmo, ondeando su luminosidad en el muelle… Quisiera respirar la brisa de mis estrellas a la luz de la Astronomía, Henrietta”.
Henrietta: ¡Ay, Benito! ¿Y si te digo que esa luz y esperanza ya la tenemos dentro?
Y del Universo don Benito nos traslada a las entrañas de la tierra con una mirada omnisciente caracterizada por la proliferación de descripciones impresionistas. Destaca así un paisaje mitificado desde el cuarto parágrafo ante el cual se sitúa el viajero, un don Benito vestido de Teodoro que intentará no sucumbir a “la perspectiva fantástica que a sus ojos se ofrecía” (p.15).
Contemplamos el cielo mediante una voz rica en metáforas y con la fuerza de numerosas adjetivaciones hiperbólicas: “En los bordes y en el centro de la enorme caldera, cuya magnitud era aumentada por el engañoso claroscuro de la noche, se elevaban figuras colosales, hombres disformes, monstruos volcados y patas arriba (…) dispersas figuras semejantes a las que forma el caprichoso andar de las nubes en el cielo; pero quietas, inmóviles, endurecidas. Era su color el de las momias, color terroso tirando a rojo” (p,15).
¿Hasta qué punto podría afirmarse o conjeturar que hay mucho de don Quijote en Galdós? ¿Bastarían estos ejemplos para ver en las “figuras colosales” molinos de viento? … ¿Rescata don Benito en Marianela el enfrentamiento cervantino Quijote(ideales)-Sancho (realidad)?
Y es que el realismo de Nela se nutre también de ideales y de estrellas. ¿O quizás ya Cervantes despertó en don Quijote esos sueños imposibles y ese heroísmo del personaje romántico que don Benito recupera? Galdós muestra la imperante necesidad de incorporar el método científico a sus criaturas y así éstas irán evolucionando, si bien en Nela su visión irá más allá de los clichés para constituirse como un alma femenina condenada por una injusta sociedad y que halla su libertad cuando dialoga con las estrellas.
Destacamos por todo ello la relevancia de estos parajes descriptivos donde los celajes cobran dimensiones telúricas en conexión con la tierra y sus habitantes. Así las nubes adquieren connotaciones sobrehumanas y fantasmagóricas propias del Romanticismo. Además, aparecen insertadas en un espacio difuminado por fantásticas formas.
Posteriormente, a partir del séptimo párrafo, las lentes progresivas de don Benito nos irán incorporando elementos más próximos al Naturalismo y en consecuencia, la luna aparecerá ahora desprovista de toda carga romántica para evocar en nuestro explorador una patología médica: «Dicen que esto presenta un golpe de vista sublime, sobre todo a la luz de la luna… Espectáculo asombroso… pero que a mí antes me causa espanto que placer, porque lo asocio al recuerdo de mis neuralgias” (p.16). Cambia el registro lingüístico con la proliferación de tecnicismos propios del ámbito de la ciencia condicionando el hilo argumental externo e interno de los personajes, siempre integrados en el universo.
Por otra parte, se disputan las líneas el ávido lector de folletines románticos que nunca abandonó a Cervantes y el librepensador krausista que depositaba toda su fe en la ciencia … y que no dejaba de mirar ‘arriba’, un lugar común que adquirirá diversas connotaciones en función de su registro lingüístico: “patas arriba”(p.15) ,”más arriba”(p.15), ”las pertenencias de arriba”(p.17). Convergen en Marianela estas visiones enfrentadas y fragmentarias pero conciliadas en sus personajes.
Llama la atención el “claroscuro” como tópico que asociaremos a ese carácter ambivalente de las novelas de tesis y el predominio de locuciones adverbiales así como de elementos deícticos temporales asociados a la noche, tómese como ejemplo “a la luz de la luna” (p.16). Destacan igualmente los parámetros temporales nocturnos, ”todas las noches”(p.17), ”al anochecer”(p.18), ”Buenas noches”(p.26), sin horas precisas que delimiten la acción. Tal vez pretenda don Benito soltarnos ante el cosmos, junto a sus personajes, en un marco atemporal y abstracto que nos haga reflexionar acerca de las Nelas que habitan indefensas en este planeta…
Galdós descubre el mundo de los objetos celestes y de las entrañas del propio planeta Tierra a través de la ruta que describirá con su viva voz y con una visión dialéctica en un espacio subterráneo y a la luz de una lectura metafórica. En ella el doctor muestra su asombro al joven ‘ciego’ con una expresión hiperbólica propia del habla coloquial: “¿Está usted seguro de que no nos ha tragado la tierra?(p.17). La acompañan otras descripciones más técnicas, ”Aquí hay filtraciones de agua sulfurosa; por aquí una capa de tierra.”(p.17). Pero se trata de diálogos acompasados por la voz omnipresente de Galdós que cambian de tonalidad con los “ecos sonoros“ de Nela (p.18).
Estos contrastes bellísimos y cargados de expresividad se irán sucediendo a lo largo de todo el episodio con imágenes cargadas de dinamismo, tal es el caso de “las palpitaciones fogosas del planeta”(p.19), o bien de estos otros ejemplos: “y era tal la fuerza pictórica del claroscuro de la luna”(p.19) , “En los bordes y en el centro de la enorme caldera, cuya magnitud era aumentada por el engañoso claroscuro de la noche”(p.19).
Más adelante, nos sitúa don Benito ante un paisaje de dimensiones simbólicas: “una gran sima, un abismo cuyo fin no se sabe. Se llama la Trascava… La boca de esa caverna hallábase a bastante distancia de nostros (…)”(pp.22-23).
Galdós va a anteponer la necesidad del saber como una prioridad que nos desvelará los misterios de firmamento.
Henrietta: “¿Y qué me dices de la caverna, Benito? ¡Qué bien retrataste a la Ciencia y a los misterios que trata de desentrañar! Y es que a eso me dedico, Benito, a tratar de averiguar, con trabajo y estudio, lo que esconden las estrellas… Yo también, te confieso, desearía entrar en esa caverna y averiguar lo que en ella se esconde.
Benito: “Ese paso del mito al logos, Henrietta, es el que nos llevará hasta el conocimiento que nace de los eternos interrogantes universales … Sócrates, Platón y su teoría de las ideas ¡Hay que preguntar, cuestionarse esos reflejos ilusorios o reales que nos pueden perder u orientar. Sí, Henrietta, es preciso ver más allá de los ojos y desentrañar el claroscuro de la existencia, esos abismos del universo. Ya tú posees ese conocimiento, Henrietta … Te has liberado de las cadenas y eres capaz de observar y descubrir estrellas … ¿Te adentrarías nuevamente para compartir tu sabiduría con los prisioneros que permanecen aún en su interior?
Henrietta: El Universo está ahí para ser explorado… con todos nuestros sentidos y con el método científico.
Benito: Intento combatir con el Realismo las postverdades del siglo XIX tan presentes en nuestros días… a pesar de mis brotes románticos. Por eso intento arrojar a mis personajes al interior de la caverna … para que consigan liberarse de las falsas creencias y sean capaces de abandonar las cadenas de las apariencias…T al vez así aprenderían a ver con otros sentidos, Henrietta. ¿Y qué me dices de Pablo? “Nunca el sentido del tacto había tenido más delicadeza”. Y es que el universo puede palparse desde esta otra mirada, Henrietta.
Henrietta : ¿Ves, Benito? Pablo, qué pena, no es tan ciego como él cree. ¡Ojalá muchos pudieran ver con tanta claridad lo que sus sanos ojos se empeñan en no reconocer!
Benito: ¿Sabes Henrietta? Creo que siempre podré observar las estrellas aunque llegara a perder mi visión. Nela me está haciendo descubrir otra dimensión del universo. Es más sabia de lo que piensan pero no tuvo oportunidades.
Un don Benito nostálgico reaparece y deja fluir en sus personajes, desde el corazón de este pasaje hasta el final del mismo, un intenso lirismo acompañado de interjecciones e interrogaciones retóricas desatado por esas ansias de surcar los celajes: “¡Oh, cuán lamentable cosa es no haber visto nunca la bóveda azul del cielo en pleno día! ”(p.23). El doctor confía en la ciencia y ve en ella una poderosa herramienta para que el joven pueda llegar a captar la luz con su vista –Pablo contemplaba el universo con otra mirada-.
Asimismo, en posteriores apreciaciones, Teodoro persistirá en su preocupación y Pablo interpelará a las estrellas: “…es verdaderamente triste que usted no pueda conocer que este pedrusco no merece la atención del hombre mientras esté suspendido sobre nuestras cabezas el infinito rebaño de maravillosas luces que pueblan las bóvedas del cielo.” (p.24). Valga una pausa meditativa y volvamos nuestros rostros al cielo con Pablo:
“¿Es verdad que existís estrellas?”(p.24)
Benito: Cierto, Henrietta… Al universo se le conoce respirando su esencia y percibiendo sus latidos refulgentes con otros sentidos. Hay verdades que escapan a la vista … los ojos a veces nos desvían de nuestro verdadero destino. No siempre… pero sucede. ¿No crees Henrietta?
Galdós fue perdiendo la vista, Henrietta el oído… mas ambos supieron seguir percibiendo la belleza del firmamento.
Y ya va concluyendo este segundo capítulo… Un viajero ha llegado a su destino en una noche de septiembre, como hoy… “la luna, más clara a cada rato(…)”( p.24) y la voz de Nela sigue brillando, como hoy. ¿Quién guía a quién don Benito? ¿Y cuál es el verdadero sentido de la vida?
El cielo se va mostrando como un tópico galdosiano con unas dimensiones definidas por la personalidad y psicología de sus exploradores. Creemos haber visto a un don Benito que nos ha estado mirando a través de unos anteojos presocráticos y platónicos con la esperanza de hallar una sociedad justa, abierta al progreso, a la ciencia … y que no nos haga renunciar a nuestros ideales.
Rosetta Martorell y Carlos Morales.